Ideas para bibliotecas en crisis
De solemnes y vetustos almacenes de libros y otros materiales impresos (“toda la memoria del mundo”), cuyos sólidos muros parecían prolongar la (entonces) infranqueable frontera entre la alta y baja cultura, las bibliotecas se han convertido en lugares de participación en los que el saber y el aprendizaje constituyen el telón de fondo de fértiles espacios de socialización ciudadana, y en los que se han permeabilizado los compartimentos estancos entre investigadores, lectores y buscadores de información y know how.
No creo que haya en el mundo un lugar más radicalmente democrático que una biblioteca pública. Es verdad que esas transformaciones han tenido lugar en una época en que, por emplear una estupenda expresión del historiador del libro Robert Darnton, la “información ha estallado furiosamente a nuestro alrededor”, pero también lo es que las bibliotecas han sabido adecuar su funcionamiento a la implosión digital con velocidad, imaginación y eficacia mayores que otras instituciones de la cadena del libro. Las bibliotecas públicas son en muchos lugares del planeta los mayores proveedores de Internet para amplios sectores de la población, proporcionando a los más desfavorecidos oportunidades (búsqueda de trabajo, comunicación) antes impensables.