El primer día de la BNE
El rey Felipe V dio el visto bueno a la creación de la Real Biblioteca que le proponía su confesor, el padre Robinet, el 29 de diciembre de 1711. Ésta es la fecha que se ha utilizado para señalar nuestro Tricentenario. Sin embargo, con el país enfrascado en una guerra sucesoria que aún no había finalizado, habrían podido ocurrir muchísimos percances que impidieran la creación de la Biblioteca. Habría sido un proyecto más que quedó inconcluso y hoy no estaríamos celebrando nada. Ese 29 de diciembre de 1711 no existía la BNE. No había bibliotecarios. No había instalaciones. Existía un papel con la firma de un rey que no era reconocido como tal ni por parte de la población española ni por parte de las potencias europeas. Esa firma no valía absolutamente nada para todos ellos. Y libros… sí, había libros, pero encerrados en un torreón del Alcázar. Acumulados durante siglos por los Austrias, se unieron a cerca de seis mil volúmenes más que trajo consigo Felipe V desde Francia. Estaban inventariados pero no eran accesibles al público. El 9 de febrero de 1712 se da la orden a Teodoro Ardemans de que establezca una “sumptuosa biblioteca” en el pasadizo que unía el Real Alcázar con el convento de la Encarnación. Es decir, había pasado un mes y medio y seguíamos sin tener algo a lo que pudiéramos llamar biblioteca.